Natio
Pese que a los defensores del concepto de nación les duela, dicho concepto
tal como hoy lo concebimos, es una idea relativamente nueva —hablando en
términos históricos—, que surge y se consolida con la llegada de la
burguesía al Poder, con el nacimiento del Estado y con el afianzamiento
del capitalismo como sistema de intercambio y producción.
Por eso, cuando se habla de nación difícilmente se puede desenmarcar el
discurso de las cuestiones relativas a la burguesía (oligarquías locales),
al Estado (burocracias administrativas, represión institucional e
ilusiones democráticas izquierdistas) y al capitalismo (tanto desde la
visión de la izquierda como de la derecha se encuentra la idea de que hace
falta una «independencia» económica1 pero sin cuestionar el modelo en sí).
Algunas cosas en esta dirección se están moviendo en Cataluña y nos han
obligado a reflexionar un poco más sobre ellas.
Las aguas de la burguesía
Los dirigentes políticos y los políticos profesionales aspirantes a serlo,
coinciden en algo: siempre es bueno canalizar las emociones de los futuros
seguidores y votantes o de posibles detractores y revoltosos. En este
sentido, la burguesía catalana, la que gobierna —ahora formalmente, pero
los que «tienen» siempre han gobernado a los que «no tienen»— ha sabido
como reconducir, exitosamente para ellos, toda esa mezcla de rabia e
impotencia que el acrecentamiento de la miseria material podría hacer
estallar. La situación, lejos de ser un «polvorín» como a muchos les
gustaría creer, es más bien una pequeña marea en un océano de aguas
estancadas por la pacificación social. Pero las protestas aumentan, y
aunque fuertemente marcadas por el civismo y la noción de «participación»,
con ellas la capacidad de desbordamiento. La burguesía gobernante supo
como actuar a tiempo.
Las situaciones de polarización social tienen salidas bien conocidas. Una
es negar que se estén produciendo, pero cuando éstas ya son imposibles de
ocultar, existe la siguiente opción que innumerables veces ha dado su
fruto: al son de «somos una nación» se nos hace creer que hay un barco
que, por arte de magia, navega en unas aguas hostiles pero que la unión de
identidad, los rasgos comunes como la lengua, la región, el folclore son
verdaderamente más fuertes que la evidencia material de que ese barco no
es más que una galera y que los que reman para mantenerlo a flote se
encuentran y se encontrarán siempre en las peores condiciones. Para la
burguesía no hay mejor aliado que el sentimiento de que, pese a las
sutilezas, tenemos un interés común2.
Raison d'Etat
Como es sabido, todos los Estados necesitan una serie de órganos para su
existencia, y a la vez son estos mismos los que lo hacen merecedor de este
nombre y los que lo diferencian de otras formas de organización regional
no estatales: órganos burocráticos —administrativos, políticos,
judiciales— y de control/represivos —ejércitos, policías, cárceles, pero
también hospitales, escuelas, psiquiátricos—, etcétera. El Estado necesita
de estos órganos porque estos son a su vez el Estado: sin ellos no existe
y al mismo tiempo todas estas instituciones necesitan de una organización
jerárquica tal para retroalimentarse.
Como parte de la confusión, de la falta de análisis y la repetición de
consignas, de las formas actuales de «instrucción» política como son las
redes sociales y del exceso de mediatización, aunque también de la
contaminación socialdemócrata y ciudadanista dentro de todos los
movimientos (o mejor dicho, de todo lo que «se mueve»), una gran parte de
la izquierda independentista sueña con un «Estado independiente», como si
tal cosa fuese posible. Independiente de qué, no queda del todo claro.
Terræ Sanctæ
Para las cosas difíciles de explicar la religión siempre ha sido la mejor
salida, ésta siempre ha encontrado la posibilidad de recurrir a lo divino
para explicarlo todo. Además, de esta manera no hay posible discusión. En
este sentido los nacionalismos y las religiones tienen mucho en común,
aunque les separa un elemento muy importante: el nacionalismo tiene un
aspecto territorial que la religión normalmente no tiene. Así, el hogar de
Dios al que tantos credos recurren para justificar su papel, los
nacionalismos lo encuentran en su propio terreno. O lo pretenden, ya que
«su» territorio no pertenece más que a terratenientes, latifundistas,
empresarios y propietarios, los cuales en muchos casos ni son de ni viven
en el lugar —y en muchos otros ni siquiera son «personas» sino empresas—.
En pocas palabras, el territorio del nacionalista ya hace tiempo que está
vendido. Y su dueño a estas alturas no reconoce fronteras.
La nación como algo ideal también es comparable en sí misma con Dios, o
por lo menos por la manera en como los fieles lo sienten: pese a no haber
visto, su «existencia» es suficiente para crear un sentimiento de
pertenencia, amor y cercanía hacia él.
Otra sacralización de una región se consigue por medio de la idealización
(o falsificación) de la Historia. Cosa que no sólo los israelíes hacen: la
burguesía catalana, principalmente en Barcelona, también ha creado su
tierra santa a imagen y semejanza de sus sueños de grandeza, aunque el
resultado, más que un lugar de culto para los fieles, ha sido un parque
temático para turistas.
¿Independencia?
En la multitudinaria manifestación del 11 de septiembre de 2012 alguien
quiso colgar una pancarta escrita en catalán con la frase «Una Cataluña
independiente será un Estado neoliberal». La intención de los que osaban
intentar colgarla, o por lo menos la lectura que hacemos nosotros, es
bastante simple y es difícil creer que los sectores más «autónomos» de la
izquierda no lo vean. Las ilusiones de independencia (independencia de
qué, repetimos, todavía no lo sabemos) que se viven en este momento son el
fiel reflejo de otra ilusión mayor: la de la democracia. Es decir, la idea
de que la democracia es otra y no ésta, una democracia más ideal y
perfecta, más real. Pero sabemos que la trampa está preparada. Lo mismo
con la independencia. No se dice independencia respecto a qué, porque si
sólo se refiere a la cuestión de administración estatal ya está todo
dicho. Las ideas de dependencia e independencia están íntimamente
relacionadas con la idea y el fenómeno de Nación y se refieren
constantemente a ella y a sus derechos. El Estado-nación moderno, el
derecho de los pueblos a autodeterminarse recurriendo a las leyes
internacionales así como las «igualdades jurídicas» son consecuencia de
las dinámicas que llevaron al fin del colonialismo, pero no un fin —como
siempre nos quieren hacer creer— para que estos pueblos sean
independientes en un sentido real del término, sino sólo respecto a la
dependencia política de las colonias con sus antiguos Estados
colonizadores. Por ejemplo, en África lo que ocurrió fue un proceso de
sustitución de las élites coloniales por las élites locales sin poner en
discusión la entidad administrativa de los que partían y, simplemente,
transformando las colonias en Estados según la religión nacionalista
europea. Esta independencia, lejos de crear más autonomía, al estar basada
en un modelo capitalista, estatalista y burgués, sólo los ha hecho ser
totalmente dependientes cultural y económicamente del resto de los países
capitalistas y ha socavado (y continúa minando) las formas relacionales
pre capitalistas existentes.
Ius Sanguinis
Muchos ya habrán olvidado que uno de los platos fuertes de CIU3 en la
campaña para las elecciones autonómicas de Cataluña de 2006 fue el DNI por
puntos para extranjeros, idea que dos años más tarde Sarkozy también
incluiría en su propaganda electoral en las elecciones francesas.
Ya nos podemos imaginar cómo será y, entonces, cuál será la suerte que
correrán los condenados de la Tierra que, por diferentes motivos, han dado
con sus carnes en estas tierras. Las razones por las cuales la gente migra
son tan particulares que ni siquiera un sólo caso puede ser interpretado,
ya que el receptor es incapaz de saber a ciencia cierta todos los motivos
que llevan a una persona a moverse, motivos que no tienen por qué ser
explicados para quien no pueda hacer un esfuerzo por comprenderlos. Por lo
tanto, esa parte la dejamos para los sociólogos y los xenófobos.
Nada indica que ese Estado catalán que muchos sueñan (y que algunos hace
años creemos que está cerca de ser una realidad) no vuelva a hacer renacer
esa vieja idea del carnet por puntos. Muchos pensarán que será igual que
el carnet de conducir por puntos. La diferencia es que la penalización de
no poder conducir un coche jamás puede ser comparada con una expulsión.
Incluso los izquierdistas más sensibles a la desigualdad no deberían
olvidar que la concepción territorial de soberanía y sus fronteras
comporta la distinción jurídica entre ciudadanos y extranjeros que
justifica todas las demás desigualdades.
Conclusión
Más que concluir, esto sólo puede ser un llamado al debate. Resumiendo,
como anarquistas estamos por una independencia pero, como dicen los
compañeros de El Pèsol Negre, de raíz, ya que lo que muchos llaman
independentismo no es más que nacionalismo4. Pero este debate es estéril
cuando se plantea en términos irreconciliables. Se tiene que tener en
cuenta cuándo se habla de liberación de los pueblos y cuándo se habla de
puro nacionalismo, cuándo se habla de emancipación y cuándo se habla de
crear nuevas cadenas. Muchos prefieren hablar de autodeterminación, un
concepto quizás más digerible que el de independencia para muchos
antiautoritarios, aunque incluso en este caso si se habla de la creación
de un Estado o de formas de organización que sean un reflejo de éste, el
pantano es el mismo.
Extraído de la publicación anarquista Aversión # 6, diciembre de 2012