16 Septiembre 1987
extraído de: últimocero
Juan
José Garfía Rodríguez (Valladolid, 1966) fue condenado a 113 años de
prisión por el triple asesinato -de un guardia civil, un policía
municipal y un hostelero- cometido entre el 16 y 17 de septiembre de
1987, según la sentencia de la Sala de lo Penal de la Audiencia
Provincial del 28 de mayo de 1990. El condenado tenía entonces 24 años y
era considerado el “enemigo público número uno”. Hoy, Juan José García
tiene 47 años y vive en Madrid, donde trabaja, tras haber recorrido
durante varios años la mayoría de los centros penitenciarios del país
bajo el régimen FIES (Fichero de Internos de Especial Seguimiento) y
haber protagonizado espectaculares fugas y motines denunciando las
condiciones de los reclusos.
Noche sangrienta: Garfía mata un guardia civil, un policía municipal y un hostelero
F. Valiño
Valladolid
Los
113 años de la condena a Juan José Garfía corresponden a las penas de
25 años por atentado con asesinato frustrado del agente de la policía
municipal Miguel Áng
En la vista celebrada en la Audiencia de Valladolid, durante varias sesiones en el mes de mayo de 1990 cargadas de tensión e incluso agresiones, también fue condenado Carlos Garfía, hermano dos años menor que Juan José, a 18 años de prisión: 4 por tenencia ilícita de armas, 3 por falsificación de documento, 11 por concurrencia en homicidio frustrado en la persona de un guardia civil, y otros tres meses de arresto por falsificación de DNI y abonó de 8 millones de pesetas de indemnización por lesiones al guardia civil Ángel Noriega Ortega.
En el mismo juicio también fue condenada B. A. B., novia de Carlos Garfía, a 30 días de arresto menor por utilización de vehículo a motor y a 100.000 pesetas de multa.
El fallo no fue del agrado de todas las partes, ya que se reclamó mayores penas para Carlos y Begoña, a los que exculpó Juan José García al confesarse como único autor de las muertes. La letrada Doris Benegas, defensora de Carlos, insistiría que las imputaciones de delitos a su defendido se hacían sobre hechos que no habían sido probados. “A mi defendido se le debe culpar por lo que hizo, no por el mero hecho de estar presente en las muertes”, sostuvo Benegas.
La petición fiscal era de 237 años de prisión para los hemanos Garfía: 120 años para Juan José y 117 para Carlos. La defensa solicitó 47 y 10 años de prisión para los acusados.
El Tribunal Supremo desestimó el recurso de casación inerpuesto por la acusación particular integrada por el agente municipal Miguel Ángel Mongil y María Dolores Vázquez, esposa del policía Daniel Prieto, contra la sentencia de la Audiencia de Valladolid, de 28 de mayo de 1990, con condena de costas a los recurrentes...
Los disparos causaron la muerte de Daniel Prieto, de 35 años, y destrozaron la cara, con pérdida de un ojo, a Miguel Mongil, de 31 años.
El mismo recibimiento con disparos de posta tuvo Jesús Ignacio Ortiz, de 44 años, vecino de Medina del Campo y propietario de un bar, que casualmente circulaba por la citada carretera de Puente Duero y que detuvo, creyendo que se trataba de un accidente, su Citroën GS, en el que luego huyeron los tres jóvenes, tras apoderarse de las armas de los agentes locales. Tras acercar a su casa a la novia de Carlos, los dos hermanos emprendieron a continuación la huída, aunque un nuevo percance, en esta ocasión el choque contra un muro en las proximidades de Mojados, les obligó a continuar a pie.
Los dos hermanos pasaron la noche escondidos en un pinar. Ya por la mañana merodearon por Aldeamayor de San Martín, donde tras comprar tabaco una pareja de la Guardia Civil de Tráfico les pidió la documentación. La respuesta fue la misma: abrir fuego. El agente Avelino Martín, de 33 años, recibió varios disparos; su compañero resultó herido, igual que Carlos, que sería allí detenido y trasladado al Hospital Clínico, donde se encontraba ingresado uno de sus hermanos pequeños para ser operado.
Después se sabría que Juan José había eludido el cerco enterrándose en una fosa cavada en la arena de un pinar próximo a Aldeamayor, donde permaneció ocultó todo el día. Al caer la noche, volvió a iniciar la caminata, en esta ocasión en dirección de regreso a Valladolid.
Antes de alcanzar la capital, se detuvo en Laguna de Duero, para, haciendo una vez más gala de su sangre fría, tomarse un café en el bar Galeón, y de paso intentar averiguar cuál era el estado de su hermano. Luego hizo autostop y un camarero de la cafetería accedió a traerle hasta Valladolid. Otro paisano, que resultó ser un guardia civil de permiso, Luis Alberto Cabezón Aguado, creyó reconocer al que era el delincuente más buscado.
Aunque el vehículo, un Renault 5, se dirigió al barrio del 4 de Marzo, donde había una comisaría,
Garfía consiguió escapar, tras efectuar dos disparos al guardia civil que quiso proceder a su detención. Con el convencimiento de que había causado una nueva víctima buscó escondite entre los matorrales de la orilla del río Pisuerga, a escasos 400 metros de su domicilio familiar, una vivienda social de Arturo Eyries, en la que vivían desde hacia nueve años los padres -Juan José y Eugenia- con sus cinco hijos. Además de Juan José y Carlos, Elena y dos mellizos: David y Diego, entonces de 11 años y con enfermedades congénitas iguales. Todos quedarían estigmatizados por los trágicos acontecimientos.
Tras seis horas escondido, a los primeros movimientos que realizó, fue detenido por numerosos policías que se le echaron encima, en presencia de periodistas y curiosos. Entre ellos, su padre: Juan José Garfía Mendoza, con más de 20 años de antigüedad en la empresa Nicas, donde se afilió al Partido del Trabajo de España (PTE), y aquejado de varias enfermedades.
Juan José solo acertó a decir en el momento que era esposado, tras tener en jaque a las fuerzas de seguridad durante 36 horas: “Estoy cansado”.
Sería el propio Juan José el que intentaría dar una explicación a una reacción tan violenta: el miedo a regresar a la cárcel.
Con 18 años trabajó durante 8 meses como ayudante de minero en una mina de San Antonio de Bembibre (León). Un empleo que le había buscado un miembro del Opus Dei que le trasladó en su vehículo al hospital Río Hortega tras ser corneado de gravedad en un encierro de las fiestas de septiembre de la localidad de Simancas.
Un día robó tres cartuchos de goma 2, valorados en 1.900 pesetas y que a Juan José Garfía le costaron 3 años de prisión; en la de Cáceres fue la última en la que permaneció. Durante su estancia estuvo a punto de morir ya que lo que para los médicos de la prisión era un simple resfriado, resultó ser “un derrame pleural de etilogía tuberculosa”.
“Salí muy envenenado de aquello. Sabía que cuando me cogieran por cualquier tontería volvería a dentro. Por eso cuando vi aparecer el coche de los municipales, reaccione disparando”, comentaría Juan José.
Él con su hermano Carlos, que había ingresado en la Legión como voluntario durante el encarcelamiento de su hermano, proyectaban abrir un bar en Valladolid. Al fallarles la financiación legal, según su testimonio, es cuando deciden realizar un atraco, con la escopeta que se habían traído de Málaga -donde los dos habían pasado una corta temporada- y que iban a esconder la noche sangrienta del 16 de septiembre.
Juan José Garfía padre, ya fallecido, atribuyó el 'cruce de cables' de su hijo mayor al miedo a volver a prisión.“Lo que demuestra que el que pasa una vez por la cárcel está condenado a volver. Y probablemente por delitos menores”, dijo.
Juan José Garfía fue promotor de la Asociación de Presos de Régimen Especial (APRE), que coordinó los motines carcelarios del verano de 1991 y posteriores, para lograr mejores condiciones de vida entre rejas. En pocos meses, Garfía era un auténtico 'kie', un preso considerado como duro por sus propios compañeros.
Además, los motines tenían otra función: provocar el traslado de prisión. Así Garfía conoció prácticamente todos los centros penitenciarios del país -Daroca, Málaga, El Dueso, Almería, Granada, Badajoz, Alcalá-Meco, Canarias, Picassent, Sevilla II, Jaén, Foncalent....- y así, de paso tener más posibilidades de evasión.
“Nos encalomaron (encalomar en argot carcelario es ponerse, coger, colocar) en la parte izquierda, más o menos en la cuarta jaula desde el principio. Nada más sentarme, según estaba acoplando la bolsa del bocata y el agua, miré hacia abajo y me quedé con que en el suelo había una raya de luz, que iba desde la puerta a la pared. Como el portaequipajes estaba abierto se veía perfectamente la luz. Llegué a una conclusión rápida: 'O se trata de la junta de dos barras y lo que veo es el hueco entre ellas o aquí no hay soldaduras'. Pisé varias veces en distintos puntos del suelo, haciendo fuerza en el centro, y el suelo cedía abombándose cosa de dos o tres centímetros. Me dije 'vale'...” , escribe Juan José Garfía en su libro 'Adiós Prisión, El relato de las fugas más espectaculares', editado por Txalaparta en octubre de 1995 y que va por su segunda edición.
Garfía conocía “solo de vista” a El Francés y a José Campillo Nin, con los que preparó la fuga durante el trayecto. Aunque sería El Francés el que se autoinculpó de los preparativos y el que empleó una pata metálica del asiento de los reclusos para hacer un hueco en el suelo del autobús en su parte izquierda delantera, a través de la cual los presos alcanzaron el maletero y de ahí poder salir a la calle.
“La zona de la puerta estaba putrefacta del agua que cae de las botellas”, según relata Garfía en el mencionado libro.
El suelo del furgón -con 20 celdas con dos asientos cada una y un pasillo central que las divide- era de chapa de un milímetro de espesor, similar a los de cualquier autobús, y además estaba oxidado en algún punto, según el informe pericial elaborado con posterioridad por la Guardia Civil.
Pero dejemos que sea el propio Garfía el que siga con el relato de la fuga: “Cuando íbamos a entrar en la carretera a Salamanca, el canguro (furgón celular) cogió la raqueta y redujo bastante la velocidad. Iríamos a 50 kilómetros por hora aproximadamente y, sin pensármelo más, les grité '¡ahora!'. Abrimos hasta arriba la puerta y saltamos”. Garfía salió corriendo seguido por un guardia civil. Aunque él era consciente que en Valladolid era “muy semado” (muy conocido) y que “en cuanto salte la liebre, esto se va a poner muy chungo”, Garfía abandonó a la noche siguiente la ciudad, “y allí se quedaron buscándome hasta por las alcantarillas”, escribió.
Fue escrito en la prisión de El Dueso a finales de 1991, sometido a uno de los régimenes penitenciarios más duro s de España. El Módulo FIES, en el que estuvo Garfía sería cerrado en junio de 1993. Garfía entregó el texto manuscrito en Málaga, aunque su amigo Tafalla tuvo que volver a mecanografiarlo una vez revisado y terminar Juan José de darle forma en Picassent, con la historia de su fuga y las protagonizadas por Juan Redondo Fernández, Carlos Estévez Gracía, Ernesto Pérez Barrot, José Tarrío González y Pedro Vázquez García...
Pero retrocedamos en el tiempo. Garfía está otra vez en la calle. Libre. En 1989, en Las Palmas de Gran Canaria ya se había fugado, pero en aquella ocasión solo por 5 horas. Pero ahora era en su ciudad: Valladolid. Con él escaparon: El Francés, que fue detenido inmediatamente de saltar del furgón; José Campillo Nin, que fue apresado horas después, de madrugada, en la calle José María Jalón; y Antonio Vázquez Vázquez, natural de Huelva, que, al igual que Garfía, consiguió burlar el cerco montado y salir de la ciudad gracias al apoyo recibido. Vázquez sería detenido con posterioridad en una localidad de Ciudad Real.
La espectacular fuga puso en evidencia a los poderosos. Garfía cuenta en su libro que en el furgón no iban esposados. Campillo Nin también así lo declaró ante el juez titular accidental de Instrucción número 4, Francisco Salinero, tras ser detenido. No solo no iban esposados sino que las celdas del autobús celular estaban abiertas, declaró.
El delegado del Gobierno, Arsenio Lope Huerta, dijo que el agente que salió corriendo detrás de Garfía pudo haber hecho uso de su arma reglamentaria “pero evitó hacerlo por el respeto exquisito a la vida de las personas”.
Juan José afirma en el libro que el agente iba sin “trasto” (arma). “Ya sabéis que en viajes largos, para ir más cómodos, suelen quitarse la funda con el trasto y dejarlo en el salpicadero. Y al salir a toda hostia, pues allí se le quedó”.
El director de la Guardia Civil, el inefable Luis Roldán, aprovecharía la fuga para reclamar 1.700 millones de pesetas para renovar la flota de furgones celulares...
Juan José, que “era buscado activamente en toda España por los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado”, según la nota de la Delegación de Gobierno en Castilla y León hecha pública para anunciar su detención el 7 de mayo de 1991, día en que 60 policías y 14 miembros del Grupo Especial de Operaciones (GEO) desplazados desde Guadalajara, procedieron a su apresamiento en Granada, a las 6,40 de la mañana. Garfía se encontraba durmiendo en una casa deshabitada de la calle Zenete, del barrio del Albaicín, en la que también se encontraba el malagueño Gonzalo Bonilla Martínez.
El día anterior, la Policía había detenido a otros dos miembros de la supuesta banda de Garfía, uno en Málaga -Armando López- y otro en Adra (Almería) -Manuel Suárez- . Juan José se negó a identificar a sus cómplices durante el juicio y manifestó al fiscal que solo lo haría si le aplicasen electrodos.
La Audiencia de Málaga le juzgaría meses después por nueve atracos, cometidos desde la fuga en Valladolid. Garfía reconoció tres de los nueve que se le imputaban. Pero en los dos meses y pico que estuvo en libertad su leyenda e historial delictivo siguió creciendo.
En abril, en Salobreña, pegó un tiro a un brigada de la Guardia Civil, Rafael Palmero Jiménez, que intentó identificarle el 8 de marzo de 1991, por lo que Garfía se enfrentó a una petición de 27 años el 15 de julio de 1994 en la Audiencia de Granada, tras una fallida tentativa y un error de identificación de la Guardia Civil, que trasladó desde Jaén a otro recluso.
También fue acusado del secuestro de un teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Rodríguez Martínez, el 1 de abril de 1991. El teniente coronel fue atracado a mano armada por dos jóvenes que lo introdujeron en el maletero de su coche y lo abandonaron, maniatado en un descampado de las afueras de Málaga.
Y se casó con una funcionaria de prisiones: María del Mar. Y se convirtió en padre adoptivo de tres hijos. Hasta ese momento crucial, la vida de Juan José fue llevado al cine por Manolo Marji en la película 'Horas de luz' (2004), con Alberto San Juan y Emma Suárez, en los papeles de los dos protagonistas.
En la actualidad está en libertad condicional. Cada tres meses tiene que acudir y firmar en el Juzgado. Trabaja y vive en Madrid, con otra mujer y no quiere mirar atrás.
“Vivo en un barrio donde nadie me conoce. Mi deseo es ser uno más. Normal. Currar... Estoy dado de alta como autónomo y hago los trabajos que me van saliendo”, manifiesta a últimoCero.
Uno de los requisitos de la condicional es no poder abandonar Madrid sin autorización judicial. El juzgado le ha concedido permiso para ausentarse de la capital con motivo de su participación en charlas, que ha impartido en Navarra, Guadalajara... “Volver a Valladolid ni me lo planteo. Soy consciente que mi presencia puede desatar posiciones encontradas”, afirma.
“Ahora no veo motivos para ese desenlace aunque ya quedó demostrado en el juicio que prácticamente no intervine en nada”, ha dicho.
El hermano menor de Juan José salió el 13 de junio y tenía que haber regresado a la prisión de Villanubla el 19 de junio, a las 21 horas, tras un permiso carcelario concedido por el juez de Vigilancia Penitenciaria, José Luis Castro, que calificó la fuga de “fracaso”, cuando el recluso estaba “a las puertas de su pase a la situación de régimen abierto”.
“La decisión del permiso se tomó cumpliendo escrupulosamente la legalidad y después de comprobar que cumplía todos los requisitos fijados para que saliera 6 días de permiso”, aseguró el juez Castro, hoy en la Audiencia Nacional, ante los furibundos ataques vertidos por su decisión desde el centro penitenciario y por el fiscal Antonio del Hoyo.
Carlos justificó su proceder de la siguiente manera: “Me cayeron 27 años. He pasado 9 entre rejas y según las leyes tenía que estar en tercer grado. Como ya no me fío del juez ni de nadie, tomé la decisión por mi cuenta. He visto a gente con condenas parecidas a las mías y han salido a la calle.
A mí no me ha ocurrido lo mismo. Debe ser por el apellido. No respeto la ley porque en la práctica todos no somos iguales”.
“A mis hermanos pequeños”, añadió, “les están haciendo la vida imposible por apellidarse Garfía”.
Estas manifestaciones fueron realizadas tras pasar un mes en la Unidad de Vigilancia Intensiva como consecuencia de los siete impactos de bala que recibió, afectando al hígado y a un pulmón, tras el tiroteo registrado con agentes de la Guardia Civil durante su detención el 5 de septiembre de 1996, en la localidad de San Facundo (León).
Carlos fue localizado cuando se encontraba sentado en la terraza de un bar tomando una cerveza con un amigo -D.M.- , que también resultó herido así como dos agentes. Carlos había cumplido en agosto de 1992 la cuarta parte de su condena y tenía derecho a solicitar la concesión de un permiso, que no disfrutaría por primera vez hasta julio del año siguiente. Cuando quebrantó la condena estaba internado en el Módulo 1 de Villanubla, con la calificación penal de segundo grado y mantenía un comportamiento correcto, volcado en los talleres de madera, en los estudios de BUP, en actividades culturales y realizando cursillos de toda índole.
Otra de las razones por las que Carlos incurrió en el quebrantamiento de condena fue la ruptura de relaciones con su novia de toda la vida -B. A. B. -. Además de verse implicada en la noche trágica del 16 de septiembre, ella fue juzgada y absuelta por la Audiencia de Valladolid de un delito de tráfico de estupefacientes, ocurrido en agosto de 1988, durante una de las visitas ordinarias al centro penitenciario para ver a su novio.
Un funcionario de prisiones dijo que se había percibido que la joven portaba una pequeña cajita cuyo contenido luego se confirmaría que era de hachís (6,42 gramos) y que ella entregó voluntariamente al ingresar en el centro.
Según los tres magistrados firmantes de la sentencia consideraron que “los hechos probados no son legalmente constitutivos de un delito contra la salud pública previstos y penado por el Código Penal, así como los concordantes como la introducción de drogas en centros penitenciarios”.
Sin embargo, la petición del fiscal solicitada en las conclusiones definitivas había sido de 5 años de prisión menor y el pago de 51 millones de pesetas.
Es totalmente cierto que su hermana Elena -hoy en el extranjero- fue despedida por el director de una emisora nada más enterarse de quienes eran sus hermanos. Llevaba tres meses cuidando a los hijos sin la menor queja.
La madre, Eugenia, también perdió el empleo; se dedicaba a la limpieza de domicilios y comunidades de vecinos, y desde septiembre de 1987 ya no encontró ningún trabajo estable.
Durante años, al domicilio de los Garfía en Arturo Eyries llegaron amenazas de muerte, escritas y telefónicas.
El texto de una de las amenazas, escrita sobre una información aparecida en El Norte de Castilla, sobre los hemanos Garfía decía: “Elena, acepta que eres la hermana de unos triples criminales ¿quién te va a dar niños para cuidar?
Marcharos de Valladolid, la sociedad no os admite. Hijos de puta, os vamos a liquidar a todos”.
Para colmo, los hermanos mellizos, los más pequeños, que desde el principio eran 'carne de cañón' de la policía, han acabado también en prisión por la comisión de diversos delitos.
el
Mongil Redondo, 28 años por asesinato del vecino de Medina del Campo
Jesús Ignacio Ortiz Montero, 29 años por atentado con asesinato
consumado del policía municipal Daniel Prieto Díaz, 19 años por atentado
con homicidio del guardia civil Avelino Martín Fuentes, 4 años por
tenencia ilícita de armas y 8 años por atentado frustrado. Además de una
serie de indemnizaciones a los familiares de las víctimas y al Ayuntamiento de Valladolid, por los daños causados en el vehículo de su propiedad.En la vista celebrada en la Audiencia de Valladolid, durante varias sesiones en el mes de mayo de 1990 cargadas de tensión e incluso agresiones, también fue condenado Carlos Garfía, hermano dos años menor que Juan José, a 18 años de prisión: 4 por tenencia ilícita de armas, 3 por falsificación de documento, 11 por concurrencia en homicidio frustrado en la persona de un guardia civil, y otros tres meses de arresto por falsificación de DNI y abonó de 8 millones de pesetas de indemnización por lesiones al guardia civil Ángel Noriega Ortega.
En el mismo juicio también fue condenada B. A. B., novia de Carlos Garfía, a 30 días de arresto menor por utilización de vehículo a motor y a 100.000 pesetas de multa.
El fallo no fue del agrado de todas las partes, ya que se reclamó mayores penas para Carlos y Begoña, a los que exculpó Juan José García al confesarse como único autor de las muertes. La letrada Doris Benegas, defensora de Carlos, insistiría que las imputaciones de delitos a su defendido se hacían sobre hechos que no habían sido probados. “A mi defendido se le debe culpar por lo que hizo, no por el mero hecho de estar presente en las muertes”, sostuvo Benegas.
La petición fiscal era de 237 años de prisión para los hemanos Garfía: 120 años para Juan José y 117 para Carlos. La defensa solicitó 47 y 10 años de prisión para los acusados.
El Tribunal Supremo desestimó el recurso de casación inerpuesto por la acusación particular integrada por el agente municipal Miguel Ángel Mongil y María Dolores Vázquez, esposa del policía Daniel Prieto, contra la sentencia de la Audiencia de Valladolid, de 28 de mayo de 1990, con condena de costas a los recurrentes...
Noche sangrienta
Los tres condenados viajaban camino de Tordesillas en un Seat 600 la
noche del 16 de septiembre de 1987 -sobre la 1.30 de la madrugada- por
la carretera de Puente Duero. El vehículo, a cuyo volante iba Carlos -el
único de los tres que sabía conducir aunque carecía de carné-, se salió
de la calzada a 3 kilómetros de Valladolid y fue a parar a la cuneta,
con la mala fortuna que acertó a pasar un coche de la Policía Municipal.
Los dos agentes fueron tiroteados con una escopeta recortada,
'Brucelegui. Hermanos', calibre 12, que los dos hermanos habían robado
dos meses antes en un chalé de Vélez Málaga y que esa noche tenían
intención de esconder en un lugar seguro.Los disparos causaron la muerte de Daniel Prieto, de 35 años, y destrozaron la cara, con pérdida de un ojo, a Miguel Mongil, de 31 años.
El mismo recibimiento con disparos de posta tuvo Jesús Ignacio Ortiz, de 44 años, vecino de Medina del Campo y propietario de un bar, que casualmente circulaba por la citada carretera de Puente Duero y que detuvo, creyendo que se trataba de un accidente, su Citroën GS, en el que luego huyeron los tres jóvenes, tras apoderarse de las armas de los agentes locales. Tras acercar a su casa a la novia de Carlos, los dos hermanos emprendieron a continuación la huída, aunque un nuevo percance, en esta ocasión el choque contra un muro en las proximidades de Mojados, les obligó a continuar a pie.
Los dos hermanos pasaron la noche escondidos en un pinar. Ya por la mañana merodearon por Aldeamayor de San Martín, donde tras comprar tabaco una pareja de la Guardia Civil de Tráfico les pidió la documentación. La respuesta fue la misma: abrir fuego. El agente Avelino Martín, de 33 años, recibió varios disparos; su compañero resultó herido, igual que Carlos, que sería allí detenido y trasladado al Hospital Clínico, donde se encontraba ingresado uno de sus hermanos pequeños para ser operado.
Caza
Ante la imposibilidad de continuar con Carlos, Juan
José decidió huir solo. Y sobre él se tendió un cerco de doscientos
guardias civiles, con dos helicópteros, varios perros... Fue registrada
Aldeamayor de San Martín, casa por casa. Y sin embar go, el buscado se había esfumado.Después se sabría que Juan José había eludido el cerco enterrándose en una fosa cavada en la arena de un pinar próximo a Aldeamayor, donde permaneció ocultó todo el día. Al caer la noche, volvió a iniciar la caminata, en esta ocasión en dirección de regreso a Valladolid.
Antes de alcanzar la capital, se detuvo en Laguna de Duero, para, haciendo una vez más gala de su sangre fría, tomarse un café en el bar Galeón, y de paso intentar averiguar cuál era el estado de su hermano. Luego hizo autostop y un camarero de la cafetería accedió a traerle hasta Valladolid. Otro paisano, que resultó ser un guardia civil de permiso, Luis Alberto Cabezón Aguado, creyó reconocer al que era el delincuente más buscado.
Aunque el vehículo, un Renault 5, se dirigió al barrio del 4 de Marzo, donde había una comisaría,
Garfía consiguió escapar, tras efectuar dos disparos al guardia civil que quiso proceder a su detención. Con el convencimiento de que había causado una nueva víctima buscó escondite entre los matorrales de la orilla del río Pisuerga, a escasos 400 metros de su domicilio familiar, una vivienda social de Arturo Eyries, en la que vivían desde hacia nueve años los padres -Juan José y Eugenia- con sus cinco hijos. Además de Juan José y Carlos, Elena y dos mellizos: David y Diego, entonces de 11 años y con enfermedades congénitas iguales. Todos quedarían estigmatizados por los trágicos acontecimientos.
Tras seis horas escondido, a los primeros movimientos que realizó, fue detenido por numerosos policías que se le echaron encima, en presencia de periodistas y curiosos. Entre ellos, su padre: Juan José Garfía Mendoza, con más de 20 años de antigüedad en la empresa Nicas, donde se afilió al Partido del Trabajo de España (PTE), y aquejado de varias enfermedades.
Juan José solo acertó a decir en el momento que era esposado, tras tener en jaque a las fuerzas de seguridad durante 36 horas: “Estoy cansado”.
¿Por qué?
Los vecinos de Valladolid, incluidos los padres de Juan José y Carlos, se preguntaban :“¿Por qué?”Sería el propio Juan José el que intentaría dar una explicación a una reacción tan violenta: el miedo a regresar a la cárcel.
Con 18 años trabajó durante 8 meses como ayudante de minero en una mina de San Antonio de Bembibre (León). Un empleo que le había buscado un miembro del Opus Dei que le trasladó en su vehículo al hospital Río Hortega tras ser corneado de gravedad en un encierro de las fiestas de septiembre de la localidad de Simancas.
Un día robó tres cartuchos de goma 2, valorados en 1.900 pesetas y que a Juan José Garfía le costaron 3 años de prisión; en la de Cáceres fue la última en la que permaneció. Durante su estancia estuvo a punto de morir ya que lo que para los médicos de la prisión era un simple resfriado, resultó ser “un derrame pleural de etilogía tuberculosa”.
“Salí muy envenenado de aquello. Sabía que cuando me cogieran por cualquier tontería volvería a dentro. Por eso cuando vi aparecer el coche de los municipales, reaccione disparando”, comentaría Juan José.
Él con su hermano Carlos, que había ingresado en la Legión como voluntario durante el encarcelamiento de su hermano, proyectaban abrir un bar en Valladolid. Al fallarles la financiación legal, según su testimonio, es cuando deciden realizar un atraco, con la escopeta que se habían traído de Málaga -donde los dos habían pasado una corta temporada- y que iban a esconder la noche sangrienta del 16 de septiembre.
Juan José Garfía padre, ya fallecido, atribuyó el 'cruce de cables' de su hijo mayor al miedo a volver a prisión.“Lo que demuestra que el que pasa una vez por la cárcel está condenado a volver. Y probablemente por delitos menores”, dijo.
Líder carcelario
El mayor de los Garfía se convertiría, al poco de ingresar en prisión por el triple asesinato, en uno de los FIES más peligrosos y activo,
a pesar de tener las visitas restringidas, permanecer encerrado todo el
día en una pequeña celda, con salida al patio en solitario... Para
Instituciones Penitenciarias los FIES son los últimos presos
incompatibles con cualquier plan de reinserción.Juan José Garfía fue promotor de la Asociación de Presos de Régimen Especial (APRE), que coordinó los motines carcelarios del verano de 1991 y posteriores, para lograr mejores condiciones de vida entre rejas. En pocos meses, Garfía era un auténtico 'kie', un preso considerado como duro por sus propios compañeros.
Además, los motines tenían otra función: provocar el traslado de prisión. Así Garfía conoció prácticamente todos los centros penitenciarios del país -Daroca, Málaga, El Dueso, Almería, Granada, Badajoz, Alcalá-Meco, Canarias, Picassent, Sevilla II, Jaén, Foncalent....- y así, de paso tener más posibilidades de evasión.
Fuga en Valladolid
La más sonada tuvo lugar el 25 de febrero de 1991, cuando un camión
de conducción de presos -PGC-0662-P- transportaba desde Alcalá-Meco
(Madrid) a Nanclares de Oca (Alava) vía Valladolid y Burgos, a un grupo
de reclusos, considerados peligrosos, entre ellos el conocido fuguista
José Romero Chulia (El Francés) y Juan José Garfía.“Nos encalomaron (encalomar en argot carcelario es ponerse, coger, colocar) en la parte izquierda, más o menos en la cuarta jaula desde el principio. Nada más sentarme, según estaba acoplando la bolsa del bocata y el agua, miré hacia abajo y me quedé con que en el suelo había una raya de luz, que iba desde la puerta a la pared. Como el portaequipajes estaba abierto se veía perfectamente la luz. Llegué a una conclusión rápida: 'O se trata de la junta de dos barras y lo que veo es el hueco entre ellas o aquí no hay soldaduras'. Pisé varias veces en distintos puntos del suelo, haciendo fuerza en el centro, y el suelo cedía abombándose cosa de dos o tres centímetros. Me dije 'vale'...” , escribe Juan José Garfía en su libro 'Adiós Prisión, El relato de las fugas más espectaculares', editado por Txalaparta en octubre de 1995 y que va por su segunda edición.
Garfía conocía “solo de vista” a El Francés y a José Campillo Nin, con los que preparó la fuga durante el trayecto. Aunque sería El Francés el que se autoinculpó de los preparativos y el que empleó una pata metálica del asiento de los reclusos para hacer un hueco en el suelo del autobús en su parte izquierda delantera, a través de la cual los presos alcanzaron el maletero y de ahí poder salir a la calle.
“La zona de la puerta estaba putrefacta del agua que cae de las botellas”, según relata Garfía en el mencionado libro.
El suelo del furgón -con 20 celdas con dos asientos cada una y un pasillo central que las divide- era de chapa de un milímetro de espesor, similar a los de cualquier autobús, y además estaba oxidado en algún punto, según el informe pericial elaborado con posterioridad por la Guardia Civil.
Pero dejemos que sea el propio Garfía el que siga con el relato de la fuga: “Cuando íbamos a entrar en la carretera a Salamanca, el canguro (furgón celular) cogió la raqueta y redujo bastante la velocidad. Iríamos a 50 kilómetros por hora aproximadamente y, sin pensármelo más, les grité '¡ahora!'. Abrimos hasta arriba la puerta y saltamos”. Garfía salió corriendo seguido por un guardia civil. Aunque él era consciente que en Valladolid era “muy semado” (muy conocido) y que “en cuanto salte la liebre, esto se va a poner muy chungo”, Garfía abandonó a la noche siguiente la ciudad, “y allí se quedaron buscándome hasta por las alcantarillas”, escribió.
'Adiós prisión'
El libro, con prólogo de Pepe Rei y dedicado a Carlos Garfía, tenía un objetivo para su autor: “Quiero que las personas que permanecen en prisión sepan que es posible fugarse. Y que pueden y deben intentarlo”.Fue escrito en la prisión de El Dueso a finales de 1991, sometido a uno de los régimenes penitenciarios más duro s de España. El Módulo FIES, en el que estuvo Garfía sería cerrado en junio de 1993. Garfía entregó el texto manuscrito en Málaga, aunque su amigo Tafalla tuvo que volver a mecanografiarlo una vez revisado y terminar Juan José de darle forma en Picassent, con la historia de su fuga y las protagonizadas por Juan Redondo Fernández, Carlos Estévez Gracía, Ernesto Pérez Barrot, José Tarrío González y Pedro Vázquez García...
Pero retrocedamos en el tiempo. Garfía está otra vez en la calle. Libre. En 1989, en Las Palmas de Gran Canaria ya se había fugado, pero en aquella ocasión solo por 5 horas. Pero ahora era en su ciudad: Valladolid. Con él escaparon: El Francés, que fue detenido inmediatamente de saltar del furgón; José Campillo Nin, que fue apresado horas después, de madrugada, en la calle José María Jalón; y Antonio Vázquez Vázquez, natural de Huelva, que, al igual que Garfía, consiguió burlar el cerco montado y salir de la ciudad gracias al apoyo recibido. Vázquez sería detenido con posterioridad en una localidad de Ciudad Real.
La espectacular fuga puso en evidencia a los poderosos. Garfía cuenta en su libro que en el furgón no iban esposados. Campillo Nin también así lo declaró ante el juez titular accidental de Instrucción número 4, Francisco Salinero, tras ser detenido. No solo no iban esposados sino que las celdas del autobús celular estaban abiertas, declaró.
El delegado del Gobierno, Arsenio Lope Huerta, dijo que el agente que salió corriendo detrás de Garfía pudo haber hecho uso de su arma reglamentaria “pero evitó hacerlo por el respeto exquisito a la vida de las personas”.
Juan José afirma en el libro que el agente iba sin “trasto” (arma). “Ya sabéis que en viajes largos, para ir más cómodos, suelen quitarse la funda con el trasto y dejarlo en el salpicadero. Y al salir a toda hostia, pues allí se le quedó”.
El director de la Guardia Civil, el inefable Luis Roldán, aprovecharía la fuga para reclamar 1.700 millones de pesetas para renovar la flota de furgones celulares...
Juan José, que “era buscado activamente en toda España por los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado”, según la nota de la Delegación de Gobierno en Castilla y León hecha pública para anunciar su detención el 7 de mayo de 1991, día en que 60 policías y 14 miembros del Grupo Especial de Operaciones (GEO) desplazados desde Guadalajara, procedieron a su apresamiento en Granada, a las 6,40 de la mañana. Garfía se encontraba durmiendo en una casa deshabitada de la calle Zenete, del barrio del Albaicín, en la que también se encontraba el malagueño Gonzalo Bonilla Martínez.
El día anterior, la Policía había detenido a otros dos miembros de la supuesta banda de Garfía, uno en Málaga -Armando López- y otro en Adra (Almería) -Manuel Suárez- . Juan José se negó a identificar a sus cómplices durante el juicio y manifestó al fiscal que solo lo haría si le aplicasen electrodos.
La Audiencia de Málaga le juzgaría meses después por nueve atracos, cometidos desde la fuga en Valladolid. Garfía reconoció tres de los nueve que se le imputaban. Pero en los dos meses y pico que estuvo en libertad su leyenda e historial delictivo siguió creciendo.
En abril, en Salobreña, pegó un tiro a un brigada de la Guardia Civil, Rafael Palmero Jiménez, que intentó identificarle el 8 de marzo de 1991, por lo que Garfía se enfrentó a una petición de 27 años el 15 de julio de 1994 en la Audiencia de Granada, tras una fallida tentativa y un error de identificación de la Guardia Civil, que trasladó desde Jaén a otro recluso.
También fue acusado del secuestro de un teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Rodríguez Martínez, el 1 de abril de 1991. El teniente coronel fue atracado a mano armada por dos jóvenes que lo introdujeron en el maletero de su coche y lo abandonaron, maniatado en un descampado de las afueras de Málaga.
Estudiar y pintar
En un momento determinado, Juan José Garfía inicia un proceso de reflexión
encaminado “a sentar la cabeza”. Desde siempre se ha dicho que era un
tipo frío, calculador, muy inteligente... Ha cursado estudios de BUP, se
ha matriculado en la UPV en Historia, perfecciona sus conocimientos de
carpintería. De los primeros tableros de ajedrez ha pasado a realizar
complejos trabajos gracias a dominar la técnica de la gubia. Uno de sus
realizaciones es la barra del bar Balalá, en Valladolid, con elementos
del 'Guernika', de Picasso. También pinta cuadros, de temática y estilos
muy diversos.Y se casó con una funcionaria de prisiones: María del Mar. Y se convirtió en padre adoptivo de tres hijos. Hasta ese momento crucial, la vida de Juan José fue llevado al cine por Manolo Marji en la película 'Horas de luz' (2004), con Alberto San Juan y Emma Suárez, en los papeles de los dos protagonistas.
En la actualidad está en libertad condicional. Cada tres meses tiene que acudir y firmar en el Juzgado. Trabaja y vive en Madrid, con otra mujer y no quiere mirar atrás.
“Vivo en un barrio donde nadie me conoce. Mi deseo es ser uno más. Normal. Currar... Estoy dado de alta como autónomo y hago los trabajos que me van saliendo”, manifiesta a últimoCero.
Uno de los requisitos de la condicional es no poder abandonar Madrid sin autorización judicial. El juzgado le ha concedido permiso para ausentarse de la capital con motivo de su participación en charlas, que ha impartido en Navarra, Guadalajara... “Volver a Valladolid ni me lo planteo. Soy consciente que mi presencia puede desatar posiciones encontradas”, afirma.
El hermano
Carlos Garfía cometió un quebrantamiento de condena en junio de 1996,
cuando cumplía la condena impuesta por atentado, robo y tenencia
ilícita impuesta en 1990 por la Audiencia de Valladolid por los sucesos
del 16 y 17 de septiembre de 1987. Hechos de los que ha dicho estar arrepentido.“Ahora no veo motivos para ese desenlace aunque ya quedó demostrado en el juicio que prácticamente no intervine en nada”, ha dicho.
El hermano menor de Juan José salió el 13 de junio y tenía que haber regresado a la prisión de Villanubla el 19 de junio, a las 21 horas, tras un permiso carcelario concedido por el juez de Vigilancia Penitenciaria, José Luis Castro, que calificó la fuga de “fracaso”, cuando el recluso estaba “a las puertas de su pase a la situación de régimen abierto”.
“La decisión del permiso se tomó cumpliendo escrupulosamente la legalidad y después de comprobar que cumplía todos los requisitos fijados para que saliera 6 días de permiso”, aseguró el juez Castro, hoy en la Audiencia Nacional, ante los furibundos ataques vertidos por su decisión desde el centro penitenciario y por el fiscal Antonio del Hoyo.
Carlos justificó su proceder de la siguiente manera: “Me cayeron 27 años. He pasado 9 entre rejas y según las leyes tenía que estar en tercer grado. Como ya no me fío del juez ni de nadie, tomé la decisión por mi cuenta. He visto a gente con condenas parecidas a las mías y han salido a la calle.
A mí no me ha ocurrido lo mismo. Debe ser por el apellido. No respeto la ley porque en la práctica todos no somos iguales”.
“A mis hermanos pequeños”, añadió, “les están haciendo la vida imposible por apellidarse Garfía”.
Estas manifestaciones fueron realizadas tras pasar un mes en la Unidad de Vigilancia Intensiva como consecuencia de los siete impactos de bala que recibió, afectando al hígado y a un pulmón, tras el tiroteo registrado con agentes de la Guardia Civil durante su detención el 5 de septiembre de 1996, en la localidad de San Facundo (León).
Carlos fue localizado cuando se encontraba sentado en la terraza de un bar tomando una cerveza con un amigo -D.M.- , que también resultó herido así como dos agentes. Carlos había cumplido en agosto de 1992 la cuarta parte de su condena y tenía derecho a solicitar la concesión de un permiso, que no disfrutaría por primera vez hasta julio del año siguiente. Cuando quebrantó la condena estaba internado en el Módulo 1 de Villanubla, con la calificación penal de segundo grado y mantenía un comportamiento correcto, volcado en los talleres de madera, en los estudios de BUP, en actividades culturales y realizando cursillos de toda índole.
Otra de las razones por las que Carlos incurrió en el quebrantamiento de condena fue la ruptura de relaciones con su novia de toda la vida -B. A. B. -. Además de verse implicada en la noche trágica del 16 de septiembre, ella fue juzgada y absuelta por la Audiencia de Valladolid de un delito de tráfico de estupefacientes, ocurrido en agosto de 1988, durante una de las visitas ordinarias al centro penitenciario para ver a su novio.
Un funcionario de prisiones dijo que se había percibido que la joven portaba una pequeña cajita cuyo contenido luego se confirmaría que era de hachís (6,42 gramos) y que ella entregó voluntariamente al ingresar en el centro.
Según los tres magistrados firmantes de la sentencia consideraron que “los hechos probados no son legalmente constitutivos de un delito contra la salud pública previstos y penado por el Código Penal, así como los concordantes como la introducción de drogas en centros penitenciarios”.
Sin embargo, la petición del fiscal solicitada en las conclusiones definitivas había sido de 5 años de prisión menor y el pago de 51 millones de pesetas.
El peso de llamarse Garfía
No le falta razón a Carlos cuando comenta lo que significa apedillarse Garfía en Valladolid.Es totalmente cierto que su hermana Elena -hoy en el extranjero- fue despedida por el director de una emisora nada más enterarse de quienes eran sus hermanos. Llevaba tres meses cuidando a los hijos sin la menor queja.
La madre, Eugenia, también perdió el empleo; se dedicaba a la limpieza de domicilios y comunidades de vecinos, y desde septiembre de 1987 ya no encontró ningún trabajo estable.
Durante años, al domicilio de los Garfía en Arturo Eyries llegaron amenazas de muerte, escritas y telefónicas.
El texto de una de las amenazas, escrita sobre una información aparecida en El Norte de Castilla, sobre los hemanos Garfía decía: “Elena, acepta que eres la hermana de unos triples criminales ¿quién te va a dar niños para cuidar?
Marcharos de Valladolid, la sociedad no os admite. Hijos de puta, os vamos a liquidar a todos”.
Para colmo, los hermanos mellizos, los más pequeños, que desde el principio eran 'carne de cañón' de la policía, han acabado también en prisión por la comisión de diversos delitos.