Nos llega el segundo número de este boletín, que esta vez consta de ocho páginas y cuyo contenido consiste en reafirmar algunas posiciones en torno a la vieja (y odiada por la burguesía) lucha de clases.
¿Proletario yo?
La burguesía ha divulgado ampliamente que tras dejar de ser predominante en la producción la figura del obrero industrial, automáticamente “el proletariado ha desaparecido”. Pero resulta que el proletariado es y siempre fue desde su nacimiento una condición material e histórica y por consiguiente esa clase social no puede reducirse a un oficio u ocupación laboral en específico. Al prevalecer el capital prevalece la producción de mercancías, y por consiguiente también la clase que encarna la explotación de esa fuerza y tiempo de trabajo que es requerida para generar el valor de esas mercancías.
El proletariado está marcado por la desposesión perpetua de sus medios de vida y por consiguiente debe que trabajar por un sueldo; el denominado “estilo de vida moderno consumista” que muchos asalariados pretenden llevar a cabo, dista mucho de ser el reflejo de la supuesta estabilidad y superación que se puede alcanzar bajo el capitalismo. Comprar un automóvil o costearse unas vacaciones en la playa, tener unos zapatos deportivos de marca, un plato de comida en la mesa, ir a beber cerveza los fines de semana o tener agua caliente en la ducha, pagar alquiler por una vivienda o un teléfono móvil; son “comodidades” que en cualquier país, solo pueden solventarse sin sacrificios un reducidísimo número de personas. Si hoy existe mayor circulación de mercancías que se creían inaccesibles para la mayoría de la población hace setenta años, no se debe a las bonanzas de este sistema, sino a la necesidad de crear movilidad para las exigencias del mercado mediante créditos que otorgan los bancos y nos descuentan de la nómina (con alto interés), facilitándonos dinero invisible el cual en la vida real pagamos con más trabajo. No importa si nos ganamos “la vida” inhalando metales pesados bajo una mina, colocando vigas en una obra, en una oficina tras el computador, en un laboratorio clínico, como jornaleros pizcando cultivos para los agroindustriales, como camareras en un hotel o como mesero de un restaurante; seguimos siendo esclavos del salario, de las deudas y del incremento de trabajo que debemos realizar para pagar por un bienestar que nunca llega.
La patronal, el Estado y hasta los curas reverberan a diario que trabajando duro, ahorrando y siendo disciplinados se puede alcanzar cierta estabilidad. Muchos explotados terminan engañándose a sí mismos y se lanzan en búsqueda de ese sueño ciudadano de tener una casa, un coche, una familia mientras los niños juegan en el patio con el perro y los abuelos postran en el balcón leyendo el diario y tejiendo un suéter. Evidentemente, toda esa fantasía se viene abajo cuando un accidente, enfermedad terminal o la simple vejez nos incapacitan de seguir laburando o pasamos 30 años sirviendo a una empresa que de repente nos echa con una patada en el culo sin liquidación; para posteriormente ver como se esfuman en un santiamén todos los ahorros que teníamos (suponiendo que los tuviéramos). La desesperación, tristeza, depresión y angustia que resulta de estas circunstancias, termina imponiendo las soluciones del capital: el prozac, la indigencia o el suicidio (inmediato o paulatino bajo el aliciente del alcohol u otras drogas duras).
Es por eso que en vez de plegarnos a la frustración por diario tirar currículos y que no llamen, o pasar hambre frente al refrigerador vacío, deberíamos comenzar por plantear el cuestionamiento de por qué este estado de cosas debería seguir así. Nuestras angustias y pesares cotidianos no son sucesos “que solo nos ocurren individualmente”, pensarnos únicos y diferentes es un velo ideológico que nutre el funcionamiento sin trabas de este modo de producción imperante, el cual busca mantenernos atomizados y aislados a toda costa para matarnos entre nosotros y no combatir de raíz el verdadero problema. La realidad concreta es que somos proletarios que fungimos como apéndices de esta megamáquina y solo reconociéndonos como tales podremos sentar las bases para subvertir lo que nos mata en vida.
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