«Hablamos de comunización en el presente»

Publicado por valladolor sábado, 13 de octubre de 2012 ,


19/05/2011


Este texto “corto” escrito para presentar a“ Théorie Communiste” 

en un libro anglófono,** resume de manera muy clara las posiciones actuales de esta revista cuya lectura resulta a menudo difícil…





En el curso de la lucha revolucionaria, la abolición del Estado, del intercambio, de la
división del trabajo, de toda forma de propiedad, la extensión de la gratuidad como
unificación de la actividad humana, o sea la abolición de las clases, son “medidas” que
abolen el capital, impuestas por las necesidades mismas de la lucha en contra la clase
capitalista. La revolución es comunización, no tiene el comunismo por proyecto y
resultado, sino como contenido.
La comunización y el comunismo son cosas venideras, sin embargo es en el presente
que hay que hablar de esto. El contenido de la revolución futura se anuncia en el
ciclo de luchas actual, cada vez que el hecho mismo de actuar como clase aparece
como coacción exterior, límite por superar. La lucha como clase, en sí misma, se ha
tornado el problema, su propio límite. Por lo tanto anuncia y produce su superación
como revolución/comunización.
a) Crisis, reestructuración, ciclo de lucha: la lucha de clase en cuanto clase como
límite de sí misma.
El principal resultado del proceso de producción capitalista siempre fue la renovación
de la relación capitalista entre el trabajo y sus condiciones: se trata de un proceso de
autopresuposición.
Hasta la crisis del final de los años 1960, la derrota obrera y la reestructuración
subsecuente, emperaba ya dicha autopresuposición del capital, en conformidad al
concepto de capital, sin embargo la contradicción entre proletariado y capital se
situaba a dicho nivel mediante producción y confirmación, en el interior mismo de
esa autopresuposición, de una identidad obrera por la cual el ciclo de luchas se
estructuraba como rivalidad entre dos hegemonías, dos gestiones, dos controles de la
reproducción. Esa identidad era la sustancia del movimiento obrero.
Esta identidad obrera, sean cuales fueren las formas sociales y políticas de su
existencia (de los Partidos comunistas a la Autonomía; del Estado socialista a las
Asambleas obreras), se fundamentaba en su totalidad sobre la contradicción que se
desarrollaba en aquella fase de la subsunción real del trabajo por el capital entre, por
una parte creación y desarrollo de una fuerza de trabajo puesta en obra por el capital
de forma cada vez más colectiva y social, y por otra parte, la formas de la apropiación
por el capital, de esta fuerza de trabajo, en el proceso de producción inmediato, y en
el proceso de reproducción. He aquí la situación conflictual que en este ciclo de
luchas se desarrollaba como identidad obrera, encontrando su marco y sus
modalidades inmediatas de aprehensión en la “gran fábrica”; en la dicotomía entre
empleo y paro, trabajo y formación; en la sumisión del proceso de trabajo a la
colección de los trabajadores; en las relaciones entre salario, crecimiento y
productividad dentro de una área nacional; en las representaciones institucionales que
todo aquello implicaba tanto en la fábrica como al nivel estatal; en el cierre de la
acumulación sobre una área nacional.
La reestructuración como derrota, al final de los 60 y en los 70, de todo ese ciclo de
luchas basado sobre la identidad obrera tuvo como contenido la destrucción de todo
estorbo para la fluidez de la autopresuposición del capital. Se trataba por una parte,
de todas las separaciones, protecciones, especificaciones que se levantaban frente al
descenso del valor de la fuerza de trabajo, en tanto que impedían que toda la clase
obrera, mundialmente, en la continuidad de su existir,reproducción y crecimiento,
deba enfrentarse en sí misma a la totalidad del capital. Por otra parte, se trataba de
todas las coacciones de la circulación, rotación, acumulación, que estorbaban la
transformación del sobreproducto en plusvalía y capital adicional. Cualquier
sobreproducto debe poder encontrar su mercado en cualquier parte, cualquier
plusvalía debe encontrar la oportunidad de operar como capital adicional, o sea
transformarse en medios de producción y fuerza de trabajo, sin que ninguna
formalización del ciclo internacional (Países del Este, periferia) predetermine dicha
transformación. El capital financiero fue maestro de obra de esta reestructuración.
Con la reestructuración de los 1980 coinciden producción de plusvalía y reproducción
de las condiciones de esta producción.
El ciclo de luchas actual se define pues por el hecho que la contradicción entre las
clases se traba al nivel de su respectiva reproducción, significando que, en su
contradicción con el capital, el proletariado halla y se enfrenta a su propia
constitución y a su propia existencia como clase. Por consecuencia se desvanece
entonces esa identidad obrera confirmada en su reproducción por el capital, remate
del movimiento obrero y fracaso corolario de la autoorganización y de la autonomía
como perspectivas revolucionarias. Puesto que la perspectiva de la revolución no
cabe ya en la afirmación de la clase, no puede tener cabida en la autoorganización.
Abolir el capital es negarse como trabajador y no autoorganizarse como tal, es un
movimiento de abolición de las empresas, de las fábricas, del producto, del
intercambio (sea cual fuere su forma).
Actuar como clase consiste actualmente, por una parte tener como solo horizonte el
capital y las categorías de su reproducción, por otra parte y por la misma razón, estar
en contradicción con su propia reproducción de clase, cuestionarla. Ese conflicto, ese
trecho en la acción del proletariado es el contenido y el envite de la lucha de clases.
El que, para el proletariado, actuar como clase sea el límite de su acción de clase es
ahora una situación objetiva de la lucha de clases, el que ese límite se construya en
las luchas como tal para devenirla pertenencia de clase como coacción exterior es un
envite en esas luchas: nivel de conflicto con el capital; conflictos dentro de las luchas.
Esa transformación es una determinación de la contradicción actual entre las clases,
sin embargo se trata siempre de la práctica particular de una lucha en un momento
dado, en condiciones dadas.
En este ciclo de luchas actua una clase obrera recompuesta. En la áreas centrales de
acumulación, desaparición de los grandes bastiones obreros y proletarización de los
empleados, terciarización de la mano de obra (especialistas del mantenimiento,
conductores de máquinas, camioneros, repartidores, manipuladores, etc.- ese tipo de
empleo es ahora mayoritario entre los obreros), trabajo en empresas o lugares más
pequeños, se trata de una nueva división del trabajo y de la clase obrera con una
externalización de las actividades de bajo valor añadido (trabajadores jóvenes, a
menudo interinos, y sin perspectivas profesionales); generalización del “flujo
tendido*” (*N. del T.: “Just in time”), presencia de obreros jóvenes para quienes la
escolarización cortó el hilo de las generaciones y que rechazan masivamente el
trabajo en las fábricas y la condición obrera en general, se trata también de las
deslocalizaciones.
Las grandes concentraciones de India o de China se inscriben en esa segmentación
mundial de la fuerza de trabajo, y tanto por su definición mundial como por su propia
inscripción nacional no pueden considerarse renacimiento allende de lo que ya
desapareció en “Occidente”. Era todo un sistema social de existencia y de
reproducción que definía a la identidad obrera y que se expresaba en el movimiento
obrero, y no meras características materiales cuantitativas[1].
De las luchas cotidianas a la revolución sólo puede haber ruptura. Dicha ruptura se
anuncia en el curso cotidiano de las luchas cada vez que en estas luchas la
pertenencia de clase aparece como una coacción exterior objetivada en el capital en el
curso mismo, para el proletariado, de su actividad de clase. Actualmente, la
revolución esta pendiente de una contradicción constitutiva de la lucha de clase: ser
una clase es para el proletariado el obstáculo que su lucha como clase debe salvar.
Con la producción de la pertenencia de clase como coacción exterior, se puede,
partiendo de las luchas actuales, comprender el punto de báscula de la lucha de clase,
su superación, como superación producida: la clase en su lucha contra el capital se
vuelve en contra sí misma, o sea trata su propia existencia, todo lo que la define en su
relación al capital (y no es sino dicha relación) como límite de su acción. Los
proletarios no liberan a su “verdadera individualidad” negada en el capital, la práctica
revolucionaria es precisamente la coincidencia del cambio de circunstancias y de la
actividad humana, o autotransformación.
En este sentido hablamos actualmente de comunismo y hablamos de comunismo al
presente. El que la revolución sea abolición de todas las clases existe como un hecho
actual porque la acción de clase del proletariado es, para sí misma, un límite. Esta
abolición no es ninguna meta, ninguna definición de la revolución como norma que
se debería alcanzar, sino un contenido actual en la misma lucha de clases. Producir la
pertenencia de clase como coacción exterior es, para el proletariado, entrar en
contienda con su situación anterior, no se trata de ninguna “liberación”, de ninguna
“autonomía”. Se trata de “salvar este terrible paso”, tanto en la comprensión teórica
como en la práctica de la luchas actuales.
El proletariado no deviene por lo tanto un ser “puramente negativo”. Asentar el que
el proletariado no existe en cuanto clase sino dentro y en contra del capital,
produciendo la totalidad de su ser, organización, realidad y constitución como clase
del capital y en contra el capital, es asentar que el proletariado es la clase del trabajo
productivo de plusvalía. Lo que desvaneció en el ciclo de luchas actuales, tras la
reestructuración de los años 1970/1980, no es esa existencia objetiva de la clase, sino
la confirmación en el seno de la reproducción del capital de una identidad proletaria.
El proletariado puede ser revolucionario sólo reconociéndose como clase, se reconoce
tal en cada conflicto, cuanto más en una situación en la cual su existencia como clase
será, en el seno de la reproducción del capital, la situación que tendrá que
afrentar.Pues no hay que equivocarse acerca del contenido de ese “reconocimiento”.
El reconocimiento como clase no será “retorno sobre sí” sino total extraversión,
autoreconocimiento como categoría del modo de producción capitalista. Lo que la
clase es resulta sólo ser inmediatamente su relación al capital. Ese “reconocimiento”
será de hecho un conocimiento práctico, en la contienda, no de sí para sí, sino del
capital, su desobjetivación. La unidad de clase no puede ya constituirse sobre la base
del salariado y de la lucha reivindicativa, previamente a su actividad revolucionaria.
La unidad del proletariado sólo tiene cabida en la actividad en la cual el proletariado
se abole, aboliendo toda división.
De las luchas reivindicativas a la revolución, tan sólo puede haber ruptura, salto
cualitativo, sin embargo esa ruptura no es ningún milagro, ninguna alternativa,
tampoco simple constato por parte del proletariado que nada se podría hacer sino la
revolución cara al fracaso de todo lo demás. “Única solución: la revolución” (Une
seule solution, la révolution) es la inepcía complementaria de la dinámica
revolucionaria de la lucha reivindicativa. Esta ruptura está producida por el curso del
ciclo de luchas que la precede, y se anuncia en la multiplicación de los trechos en el
seno de la lucha de clase.
Somos teóricamente los acechadores y los promovedores de esos trechos que, en el
seno de la lucha del proletariado son su propio cuestionamiento, y prácticamente
protagonistas cuando directamente implicados. Existimos en esa ruptura, en esa
quiebra de la actividad como clase del proletariado. No existe ya ninguna perspectiva
para el proletariado partiendo de sí mismo como clase del modo de producción
capitalista, a no ser la capacidad de superar su existencia de clase en la abolición del
capital. Existe una identidad absoluta entre estar en contradicción con el capital y
estar en contradicción con su propia situación y definición como clase.
La comunización se vuelve un planteamiento actual precisamente por ese trecho en el
seno mismo de la acción como clase. Ese desvío en el seno de la lucha de clase, en la
cual el proletariado tiene sólo el capital como horizonte y por eso entra
simultáneamente en contradicción con su propia acción como clase, constituye la
dinámica del ciclo de luchas actual. Actualmente la lucha de clase del proletariado
conlleva elementos indicativos, actividades que en su propio curso anuncian su
superación.
 

b) Algunos ejemplos
No se trata a menudo de declaraciones estrepitosas ni de acciones “radicales”, sino
meramente de unas prácticas de “fuga” o de denegación de los proletarios respecto a
su misma condición. En las huelgas actuales contra los cierres de empresas, los
obreros, a menudo y siempre más, ya no reivindican el mantenimiento del empleo,
sino indemnizaciones consecuentes. Contra el capital, el trabajo no tiene futuro. En
las denominadas luchas “suicidas”, como en la empresa Cellatex , Francia, donde los
trabajadores amenazaron verter ácido al río y volar la fábrica, amenazas que no
fueron seguidas de efecto, pero que sin embargo fueron ampliamente imitadas cuando
otros cierres de empresas, ahí irrumpe el que el proletariado no es nada separado del
capital y que no conlleva por natura ningún porvenir sino la abolición de lo que lo
hace existir como tal. La inesencialización del trabajo llega a ser la actividad misma
del proletariado, sea de forma trágica en sus luchas sin perspectivas inmediatas
(suicidas), sea como reivindicación de esta inesencialización, caso de la lucha de los
parados y precarios (Lutte des Chômeurs et Précaires) del invierno 1998 en Francia.
El paro ya no significa ese “afuera” del empleo, claramente separado de este último.
La segmentación de la fuerza de trabajo, la flexibilidad, la subcontratación, la
movilidad, el trabajo parcial, los cursillos, la formación, el trabajo sumergido, se
borraron todas las separaciones.
En el movimiento francés de 1998, y más generalmente en las luchas de los parados
de este ciclo de luchas resulta ser la definición misma de los parados que sirve de
punto de partida de la reformulación del empleo asalariado. La necesidad para el
capital de medirlo todo en tiempo de trabajo y de establecer la explotación del trabajo
como cuestión de vida o muerte para él consiste simultáneamente en la
inesencialización del trabajo vivo inmediato respecto a lo que el capital concentra en
sí de fuerzas sociales. Esta contradicción inherente a la acumulación capitalista, y que
hace del capital una contradicción en proceso, toma entonces la forma muy particular
de una definición de la clase frente al capital reivindicada por el paro como punto de
partida. En las luchas de los parados y precarios, la pugna del proletariado contra el
capital hace suya esta contradicción, reivindicándola. Igualmente cuando los
despedidos no reivindican trabajo sino indemnizaciones.
Los salariados despedidos de Moulinex prediendo fuego a una nave de la fábrica se
inscriben también en la dinámica de este ciclo de luchas que hace, para el
proletariado de su propia existencia como clase, el límite de su acción de clase. Así,
en 2006, en Savar, a unos 50 km al norte de Dacca -Bengladesh-, tras tres meses de
retraso en el pago de los salarios, dos fábricas arden y un centenar de otras fueron
saqueadas. En Argelia, la más nimia reivindicación por el sueldo se transforma en
motín, rechazándose las formas de representación sin que nuevas formas se
construyan, y cuestionándose todas las condiciones de vida y reproducción del
proletariado, más allá de los protagonistas inmediatos de la huelga y de la
reivindicación. En China, o en India no se irá de la multiplicación de acciones
reivindicativas multiformes, tocando a todos los aspectos de la vida y reproducción
de la clase obrera hacia un amplio movimiento obrero. Dichas acciones
reivindicativas pueden “paradoxalmente” desembocar en destrucciones de las
condiciones de trabajo, o sea de su propia razón de ser.
En Argentina, se autoorganizarón los de Mosconi en cuanto parados, las de Bruckman
en cuanto obreras, los de las chabolas en cuanto vecinos …sin embargo actuando así,
cuando se autoorganizaban, chocaban inmediatamente contra quienes eran, y que en
la lucha, se volvía lo que se tenía que superar, y que se vio como algo por superar en
las modalidades prácticas de dichas autoorganizaciones. El proletariado no puede
hallar en sí mismo la capacidad de crear otras relaciones interindividuales sin invertir
y negar lo que es en esta sociedad, o sea sin entrar en contradicción con la autonomía
y su dinámica. La autoorganización puede ser el primer acto de la revolución sin
embargo todo lo que sigue irá en contra suya. En Argentina, las determinaciones del
proletariado como clase de esta sociedad fueron efectivamente trastocadas
(propiedad, intercambio, división del trabajo, relaciones entre hombres y mujeres…)
mediante la puesta en obra de actividades productivas, en las modalidades efectivas
de su realización. Así pues la revolución como comunización se hace creíble.
En Francia, noviembre del 2005, en los suburbios* (*N. del T.: “les banlieues”), los
amotinados no reivindicaron nada, atacaron a sus propias condiciones, todo lo que los
produce y define fue su blanco. Los amotinados revelaron y atacaron la situación de
proletario hoy, esa fuerza de trabajo mundialmente precarizada. Lo que, al mismo
tiempo que una demanda de tal índole hubiera sido emitida, hizo inmediatamente
caduco el querer ser un “proletario cualquiera”.
Tres meses después (primavera del 2006), siempre en Francia, en cuanto movimiento
reivindicativo, el movimiento estudiantil anti-CPE* (* N. del T.: Contrato Primer
Empleo : proyecto de una contratación laboral especial a los jóvenes menores de 26
aumentando la precariedad laboral) no podía comprenderse sí mismo sino
transformándose en movimiento general de los precarios, sin embargo debía entonces
barrenar su especifidad, o enfrentarse más o menos brutalmente contra quienes, en los
motines de noviembre 2005, habían demostrado que reivindicarse un “proletario
cualquiera” era caduco. Conseguir la reivindicación por su ampliación barrenaba la
reivindicación. ¿Quién podía creer a la confluencia de los amotinados de noviembre
sobre la base de un empleo estable para todos? Dicha confluencia estaba por una
parte objetivamente inscrita en el código genético del movimiento y, por otra parte, su
mismísima necesidad de junción conllevaba un amor/odio interno al movimiento,
igualmente objetivo. La lucha anti-CPE fue un movimiento reivindicativo cuya
satisfacción de su reivindicación resultaba inaceptable por sí mismo en cuanto
movimiento reivindicativo.
El proletariado de los motines de Grecia de diciembre 2008 no reivindica nada y no
se considera frente al capital como base de ninguna alternativa. Estas revueltas fueron
un movimiento de clase, aunque no tratandose de una lucha en la matriz misma de las
clases: la producción. Así dichos motines pudieron realizar algo esencial: producir y
apuntar a la pertenencia de clase como coacción, sin embargo no pudieron
conseguirlo y alcanzar este punto sino topando como a su límite contra el suelo de
cristal de la producción. Y la manera (objetivos, desarrollo de las revueltas,
composición social de los amotinados…) en que el movimiento produjo dicha
coacción exterior fue intrínsecamente definido por este límite: la relación de
explotación como pura y simple coerción. El ataque a las instituciones y a las formas
de reproducción social tomadas en sí mismas ha constituido el movimiento y su
fuerza, al tiempo que tal ataque expresó simultáneamente sus límites.
Estudiantes sin porvenir, jóvenes migrantes, trabajadores precarios, son proletarios
viviendo cotidianamente la reproducción de las relaciones sociales capitalistas como
coerción, coerción inclusa en esta reproducción porque son proletarios, sin embargo
viviéndola cotidianamente como separada y aleatoria (accidental y no necesaria)
respecto a la misma producción. Luchan a la vez en este momento de coerción como
separado, y concibiendo y viviendo esta separación sólo como una carencia de su
propia lucha contra este modo de producción.
Fue así que dicho movimiento produjo la pertenencia de clase como coacción
exterior, pero fue sólo así. Por eso se sitúa al nivel del presente ciclo de luchas
constituyendo un momento histórico determinante.
Los proletarios se han, por su propia práctica, cuestionado como proletarios en su
lucha, sin embargo lo han hecho sólo autonomizando, en sus ataques como en sus
objetivos, los momentos y las instancias de la reproducción social. Reproducción y
producción del capital han permanecido extranjeras, cada una frente a la otra.
En 2009, en Guadeloupe (Antillas Francesas), la importancia del paro y de la parte
de la populación viviendo de “ ingresos de asistencia” o de una economía sumergida
hace que el reivindicar por el sueldo es una contradicción en los términos. Esa
contradicción ha estructurado el curso de los acontecimientos entre un LKP* (* NdT:
Liyannaj Kont Pwofitasyon, literalmente “Pueblo Contra Aprovechamiento”:
colectivo de asociaciones y sindicatos de la isla) centrado sobre los trabajadores
estables (esencialmente en el sector público) pero buscando, con la multiplicación y
la infinita diversidad de las reivindicaciones mantener unidos los términos de esa
contradicción y la absurdidad, para la mayor parte de las personas participando a
bloqueos, saqueos, ataques de edificios públicos, de la reivindicación salarial central.
La reivindicación ha sido desestabilizada en el curso mismo de la lucha, fue
cuestionada como lo fue su forma de organización, sin embargo las formas
específicas de la explotación del conjunto de la populación heredadas de una historia
colonial lograron poder impedir que dicha contradicción no estalle más fuerte aún al
interior mismo del movimiento (hay que notar sin embargo que el único muerto fue
un sindicalista en una barricada de bloqueo). De este punto de vista, la producción de
la pertenencia de clase como coacción exterior ha sido más un estado sociológico y
una suerte de esquizofrenia que un invite de la lucha.
De manera general, con el estallido de la crisis actual, existe actualmente en la
reivindicación salarial una dinámica que no cabía anteriormente en esta. Dinámica
interna que le da el conjunto de la relación entre proletariado y capital en el modo de
producción capitalista tal y como salido de la reestructuración y tal como ahora entra
en crisis. La reivindicación salarial ha cambiado de significado.
En la sucesión de crisis financieras que, desde unos veinte años, regulan el modo de
valorización actual del capital, la de los subprimes es la primera en no tener por punto
de partida activos financieros refiriéndose a inversiones en capital, sino al consumo y
más precisamente al de los matrimonios más pobres. Por ahí es la crisis específica de
la relación salarial del capitalismo reestructurado, cuya diminución continúa de la
parte de los salarios en la riqueza producida, tanto en los países centrales como en los
emergentes era (y permanece) definitoria.
El “reparto de las riquezas” de tema esencialmente conflictual en el modo de
producción capitalista, se ha vuelto, además, tabú, lo que el reciente movimiento de
huelgas y bloqueos en Francia (octubre a noviembre 2010) contra la reforma del
sistema de jubilación, ha venido confirmar. En el capitalismo reestructurado (cuyo
empiezo de crisis experimentamos actualmente) la reproducción de la fuerza de
trabajo ha sido objeto de una doble desconexión. Por una parte, desconexión entre
valorización del capital y reproducción de la fuerza de trabajo, por otra parte,
desconexión mediante el crédito, entre consumo y salario en cuanto ingreso.
Claro está que la repartición del día laboral entre trabajo necesario y sobretrabajo
siempre fue definitoria de la lucha de clases. Sin embargo, ahora, en la lucha en torno
a dicha repartición, resulta ser, paradoxalmente en lo que define el proletariado, al
nivel más básico de sí mismo, como clase del modo de producción capitalista y
únicamente esto, donde aparece prácticamente y conflictualmente que su existencia
de clase se vuelve para el proletariado el límite de su propia lucha como clase. He
aquí la característica central actual de la reivindicación salarial. En el curso más
banal de la reivindicación salarial, el proletariado ve su existencia como clase
objetivarse como algo ajeno a él, en la medida en que la relación capitalista sí misma
lo coloca en su seno como ajeno.
La crisis actual estalló porque los proletarios no pudieron pagar sus plazos de crédito.
Estalló por la misma relación salarial que fundamentaba la financiarización de la
economía capitalista: compresión de los salarios necesarios para la “creación de
valor”; competencia mundial de la mano de obra. Esta necesidad funcional es lo que,
con la crisis de los subprimes, opera su retorno de manera negativa dentro del modo
histórico de acumulación del capital. Es esta relación salarial que se encuentra ahora
en el mismísimo centro de la crisis actual[2]. La crisis actual es el empiezo de la fase
de trastorno de las determinaciones y de la dinámica del capitalismo tal y como salido
de la reestructuración de los años 1970 y 1980.
 

c)Dos o tres cosas que podemos saber sobre la comunización.
En cuanto no capital, disolución de todas las condiciones existentes (trabajo,
intercambio, división del trabajo, propiedad), el proletariado encuentra ahí el
contenido de su acción revolucionaria como medidas comunistas, abolición de la
propiedad, de la división del trabajo, del intercambio, del valor. La pertenencia de
clase como coacción exterior es entonces en sí misma un contenido, o sea una
práctica cuando de manifestación del límite de la lucha como clase dicha lucha se
supera en medidas de comunización. La comunización consiste en medidas
comunistas practicadas como simples medidas de luchas por el proletariado contra el
capital.
La insuficiencia de plusvalía en relación al capital acumulado está en el corazón de la
crisis de la explotación. Si en el corazón de la contradicción entre el proletariado y el
capital no estuviera la cuestión del trabajo productivo de plusvalía, si hubiera tan sólo
un problema de reparto, o sea si la contradicción entre proletariado y capital no fuera
una contradicción por eso mismo, el modo de producción capitalista, del cual es la
dinámica,- i.e. si no fuese “un juego que produce la abolición de su regla”-, la
revolución permanecería un piadoso deseo. El odio al capital, el deseo de otra vida
son tan sólo la expresión ideológica necesaria de dicha contradicción por sí misma
que es la explotación.
No resulta ser con un ataque por el lado de la natura del trabajo como productor de
plusvalía que la lucha reivindicativa se supera ( se regresaría siempre a un problema
de reparto ), sino con un ataque por el lado de los medios de producción como
capital. El ataque en contra la natura de capital de los medios de producción, significa
su abolición como valor absorbiendo trabajo para valorizarse, es extensión de la
gratuidad, destrucciones que pueden ser físicas de ciertos medios de producción, su
abolición en cuanto fábrica en donde se define lo que es un producto, o sea de los
marcos del intercambio y del comercio, es su definición, su absorción en el seno de
relaciones intersubjetivas individuales, es la abolición de la división del trabajo tal
como inscrito en la zonificación urbana, en la configuración material de los edificios,
en la separación entre campo y ciudad, en la mismísima existencia de lo que uno
llama fábrica o un lugar de producción. “Las relaciones entre las personas se han
cuajado en las cosas, porque el valor de intercambio es de natura material” (Marx,
Fondements de la critique de l'économie politique, Ed. Anthropos, t.1, p.97). La
abolición del valor es una transformación concreta del paisaje en que vivimos, una
nueva geografía. Abolir las relaciones sociales es un asunto muy material.
En el comunismo la apropiación no existe porque resulta ser la noción misma de
“producto” que queda abolida. Claro que hay objetos que sirven a producir, otros
directamente consumidos, otros aún ambos propósitos. Sin embargo hablar de
productos y preguntar sobre su circulación, su repartición, o su “cesión”, o sea el
concebir un momento de la apropiación, presupone lugares de ruptura, de
“coagulación” de la actividad humana: el mercado en las sociedades mercantes, el”
poner y tomar del montón” en ciertas concepciones del comunismo. El producto no
es una cosa simple. Hablar del producto, es suponer que un resultado de la actividad
humana aparece como acabado frente a otro resultado o en medio de otros resultados.
No hay que tomar como punto de partida el producto, sino la actividad.
En el comunismo, la actividad humana es infinita porque insecable. Conlleva
resultados concretos o abstractos, sin embargo dichos resultados no son nunca
“productos” sobre los cuales podría plantearse el problema de su apropiación o de su
cesión, sea cual fuere su modalidad. Si hablamos de actividad humana infinita en el
comunismo, es que lo el modo de producción capitalista deja vislumbrar ya, aunque
de manera contradictoria, y no como “buen lado”, la actividad humana como flujo
social global y el “general intellect” o el “trabajador colectivo” como fuerza
dominante de la producción. Esta característica social de la producción no prefigura
nada, sólo vuelve la base del valor contradictoria.
La destrucción del intercambio son obreros atacando los bancos donde se encuentran
sus cuentas igual que las de otros obreros, obligándose así a desenvolverse sin estos
bancos, son trabajadores comunicando entre ellos y comunicando a la comunidad sus
“productos” directamente y sin mercado y aboliéndose así mismo como trabajadores.
Significa la obligación para toda la clase de organizarse para ir a buscar víveres en
sectores por comunizar, etc. No hay medida que sea, en sí misma, aisladamente, el
“comunismo”. Lo comunista no es la “violencia” en sí, ni ” la distribución” de la
mierda que nos lega la sociedad de clases, tampoco la “colectivización” de las
máquinas chupadoras de plusvalía, sino la natura del movimiento que vincula dichas
acciones, las subtiende, haciendo de estas acciones momentos de un proceso que sólo
puede comunizar siempre más o ser aplastado.
No se puede entablar una revolución sin tomar medidas comunistas, sin disolver el
trabajo asalariado, comunizar la alimentación, el vestir, la vivienda, procurarse todas
las armas (destructivas, pero también de telecomunicaciones, comida, etc.) integrar a
los “sin reservas” (incluyendo a los que nosotros mismos habremos reducido a tal
estado), los parados, los campesinos arruinados, los estudiantes extraviados.
En cuanto se empieza a consumir gratis, hay que reproducir lo que fue consumido,
hay que tomar los medios de transportes, las telecomunicaciones y contactar otros
sectores; entonces se choca contra los bandos armados adversos. El enfrentamiento
contra el Estado plantea de inmediato el problema de las armas, que no puede
resolverse sino poniendo en pie una red de distribución para sostener combates en
una multiplicidad casi infinita de lugares. Las actividades militares y sociales son
indisolubles, simultáneas y se interpenetran, la constitución de un frente o de sectores
delimitados de combate significa la muerte de la revolución. En cuanto los proletarios
deshacen las leyes mercantes, no pueden pararse. Cada ahondamiento social, cada
extensión son la carne y la sangre de las nuevas relaciones. Esto es lo que permite el
integrar siempre más no proletarios a la clase comunizadora constituyéndose y
simultáneamente disolviéndose, y abolir siempre más toda competencia y división
entre los proletarios haciéndolo en cuanto contenido y desarrollo de su contienda
armada contra quienes la clase capitalista puede aún movilizar, integrar y reproducir
en sus relaciones sociales.
Todas las medidas de comunización habrán de ser acciones enérgicas para
desmantelar de los vínculos que unen a nuestros enemigos y sus suportes materiales,
destrucción rápida, sin remedio. La comunización no es la apacible organización de la
gratuidad y de un modo de vida agradable entre proletarios. La dictadura del
movimiento social de comunización es el proceso de integración de la humanidad en
el seno del proletariado desapareciendo. La estricta delimitación del proletariado
respecto a las otras clases, su lucha contra toda producción mercante son al tiempo un
proceso que coacciona las capas de la pequeña burguesía asalariada, de la “clase del
control social” a unirse a la clase comunizadora. Los proletarios no “son”
revolucionarios como el cielo “es” azul, ni porque son “asalariados”, explotados, ni
tampoco son disolución de las condiciones existentes. Autotransformándose,
partiendo de lo que son, se constituyen sí mismos en cuanto clase revolucionaria. El
movimiento en que el proletariado se define en la práctica como movimiento de
constitución de la comunidad humana es la realidad de la abolición de las clases. El
movimiento social en Argentina, por haberse enfrentado a este problema, cuestionó
las relaciones entre proletarios en actividad, parados, excluidos y clases medias.
Respondió sólo de manera muy parcelar, el aspecto más relevante fue sin duda el de
su organización territorial. La revolución que sólo puede ser en este ciclo de luchas
comunización supera el dilema entre las alianzas de clases leninistas o democráticas y
“el proletariado solo” de Gorter: dos tipos de derrotas.
La única manera de superar los conflictos entre parados y “con empleo”, entre
calificados y sin calificación, es tomar de golpe, en el curso de la lucha armada, las
medidas de comunización que suprimen la base misma de esta división (lo que,
enfrentadas a este problema, la empresas recuperadas en Argentina no intentaron sino
muy marginalmente, contentándose a menudo -cf. Zanon – de unas redistribuciones
caritativas a los grupos de piqueteros). A falta de dicha superación, el capital jugará
siempre sobre esta fragmentación encontrando en el seno de los autoorganizados sus
Noske y Schiedermann.
De hecho, como lo señalo en su tiempo la revolución alemana, tratase de disolver
las clases medias tomando medidas comunistas concretas que obliguen estas últimas
a entrar en el proletariado, o sea a acabar su “proletarización”. Hoy, en los países
desarrollados, la cuestión es a la vez más simple y más peligrosa : por un lado la
inmensa mayoría de la clases medias está asalariada y no tiene ya fundamento
material para su posición social, su papel de ejecución y de dirección de la
cooperación capitalista es esencial pero permanentemente precarizado, su posición
social depende de un mecanismo muy frágil de deducciones de fracciones de la
plusvalía, sin embargo, por otro lado, y por los mismos motivos, su proximidad
formal con el proletariado le empuja a presentar en las luchas de este último
“soluciones” gestionarias, alternativas, nacionales o democráticas preservando sus
propias posiciones.
El problema esencial por resolver es el de saber cómo se extiende el comunismo,
antes que las mordazas de la mercancía lo ahoguen; cómo integrar a la agricultura
para no tener que intercambiar con los campesinos; cómo se deshacen los lazos
intercambistas del adversario imponiéndole la lógica de la comunización de las
relaciones y de la toma de los bienes, cómo disolver el bloque de la jinda mediante la
revolución.
Para concluir no se abole el capital para el comunismo, sinon mediante el
comunismo, precisamente mediante su producción. En efecto, las medidas
comunistas deben ser distinguidas del comunismo: no son embriones de comunismo
sino su producción. No se trata de un periodo de transición, es la revolución, la
comunización es tan sólo la producción comunista del comunismo. La lucha contra el
capital es lo que hace la diferencia entre medidas comunistas y comunismo. La
actividad revolucionaria del proletariado siempre tuvo como contenido mediar la
abolición del capital por su relación al capital, no es ninguna rama de una alternativa
competiendo contra otra, ningún inmediatismo del comunismo.
 

Théorie Communiste 

** “Communisation and its Discontents”: Benjamin Noys Ed.
[1] El que la China o India alcancen a constituirse por sí mismas como mercado interior depende de
una verdadera revolución en los campos (privatización de la tierra en China; desaparición de la
pequeña propiedad y de formas de aparcería en India) pero también, y sobre todo, de una
reconfiguración del ciclo mundial del capital suplantando la globalización actual (una
renacionalización de las economías superando/conservando la globalización, una
desfinanciarización del capital productivo). O sea esta hipótesis queda fuera de nuestro alcance
conceptual actualmente porque fuera del presente ciclo de luchas, ya que supondría la revolución tal
que este ciclo de lucha la lleva fuera derrotada y, mediante esta derrota, una reestructuración del
modo de producción capitalista.
[2] Se trata de una crisis en la que se afirma la identidad de la sobreacumulación y del subconsumo.

Por el combate en el ámbito laboral

SOLIDARIOS DE LA SANIDAD PÚBLICA

De la memoria reciente de la lucha de clases

Valladolor no admite comentarios
La apariencia como forma de lucha es un cancer
El debate esta en la calle, la lucha cara a cara
Usandolo mal internet nos mata y encarcela.
Piensa, actua y rebelate
en las aceras esta el campo
de batalla.

si no nos vemos
valladolorenlacalle@gmail.com

















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