Las sangrientas jornadas del 3 al 7 de mayo de 1937
Los decretos de la Generalidad del 4 de marzo de 1937
creaban un Cuerpo Único de Seguridad (formado por la Guardia de asalto y
la Guardia civil) y disolvían (en un futuro inmediato) las Patrullas de
Control. Tales decretos provocaron la dimisión de los consejeros
cenetistas y una grave crisis de gobierno.
En
la asamblea de la Federación Local de Grupos anarquistas del 12 de
abril de 1937, radicalizada por la invitación realizada a las Juventudes
Libertarias y a los delegados de los comités de defensa, se exigió la
retirada de todos los cenetistas de cualquier cargo municipal o
gubernamental y se creó un comité insurreccional. En esa radicalización
habían tenido un papel destacado Julián Merino, Pablo Ruiz y Juan Santana Calero.
El 15 de abril,
tras una larga y difícil negociación, Companys y Escorza pactaron
personalmente una salida a la crisis y la formación de un nuevo gobierno
(con la entrada como conseller del cenetista Aurelio Fernández).
El asesinato de Antonio Martín en Bellver de Cerdaña, el 27 de abril de 1937,
supuso la ruptura del pacto tan laboriosamente alcanzado. Escorza puso
en alarma a los comités de defensa al desvelar la información sobre un
próximo golpe de fuerza del bloque contrarrevolucionario. Escorza hizo
saltar la chispa, pero se mostró contrario a una insurrección que consideraba prematura y mal preparada, sin objetivos ni coordinación.
La provocación del 3 de mayo,
cuando Eusebio Rodríguez Salas asaltó la Telefónica, movilizó a los
comités de defensa, que en dos horas declararon la huelga
revolucionaria, se apoderaron de todos los barrios obreros y levantaron
barricadas en el centro de la ciudad y en lugares estratégicos. Los
comités superiores cenetistas (especialmente Eroles y Asens) intentaron
controlar a los comités de defensa, pero fueron desbordados y no consiguieron controlarlos.
La mañana del 4 de mayo
Julián Merino convocó una reunión del Comité Regional, consiguiendo que
se formase un Comité Revolucionario de la CNT (formado por Merino,
Ruano y Manzana) y dos comisiones para coordinar y extender la
insurrección. En esa misma reunión se nombró una delegación cenetista,
encabezada por Santillán, para negociar en el Palacio de la Generalidad
una salida pactada. La CNT jugaba con dos barajas: la insurreccional y
la negociadora; Companys (presidente de la Generalidad) y Comorera
(secretario del PSUC) sólo jugaban con la baraja de la provocación, con
el certero objetivo de conseguir la aniquilación de los insurgentes, la
debilitación de la CNT y un gobierno fuerte.
En la tarde del 4 de mayo,
los trabajadores revolucionarios barceloneses, armados en las
barricadas y dispuestos a todo, no fueron derrotados por el PSUC, ni por
ERC, ni por las fuerzas de orden público del gobierno de la
Generalidad. Fueron sometidos por los mensajes apaciguadores de la
radio. El intento revolucionario de encontrar una coordinación y un
objetivo preciso a la insurrección en curso, fracasó. Cuando
toda Barcelona era ya una barricada, los obreros en armas fueron
vencidos y humillados por las peroratas radiofónicas de los comités
superiores cenetistas, y muy especialmente por el discurso del beso de Joan García Oliver.
El 5 de mayo,
al mediodía, Sesé, cuando iba a tomar posesión de su cargo de
consejero, fue tiroteado desde el Sindicato de Espectáculos de la CNT,
al no atender el auto en que viajaba el alto del control de una
barricada. Companys, en represalia, ordenó repetidamente a la aviación
que bombardease los cuarteles y edificios en poder de la CNT. Los Amigos
de Durruti lanzaron una octavilla que intentaba dar unos objetivos
concretos a la insurrección: sustitución de la Generalidad por
una Junta Revolucionaria, fusilamiento de los culpables de la
provocación (Rodríguez Salas y Artemi Aguadé), socialización de la
economía, confraternización con los militantes del POUM, etcétera. Los
comités superiores desautorizaron inmediatamente esa octavilla, que tuvo
la virtud de reavivar la lucha en las barricadas.
Los días 5 y 6 de mayo
fueron los de mayor auge de la lucha callejera. Los conatos cenetistas
de tregua, o abandono de las barricadas, siguiendo las consignas
radiofónicas y de la prensa, fueron aprovechados por el bloque
contrarrevolucionario para consolidar posiciones; hecho que a su vez
provocó que los revolucionarios reanudaran los combates y se volviera a
las barricadas.
El 7 de mayo
era evidente que la insurrección había fracasado. Las tropas enviadas
desde Valencia desfilaron por la Diagonal y ocuparon toda la ciudad.
Empezaron a deshacerse las barricadas. Los comités superiores, en los
días siguientes, intentaron ocultar todo lo sucedido, arreglar las actas
en proceso de redacción y en definitiva evitar en lo posible la
previsible represión estalinista y gubernamental contra la Organización y
contra los protagonistas más destacados.
Si
hubiese que resumir mayo del 37 en una frase, ésta debería explicar que
los trabajadores revolucionarios, armados en las barricadas y decididos
a todo, fueron abatidos por los llamamientos al alto el fuego emitidos
por la radio: Barcelona fue una insurrección derrotada por la radio.
Conclusiones:
Por
primera vez en la historia, se dio el caso de una insurrección iniciada
y sostenida contra la voluntad de los líderes a que perteneció la
inmensa mayoría de los insurrectos. Pero aunque una insurrección puede
improvisarse, una victoria no (Escorza); y aún menos cuando todas las
organizaciones obreras antifascistas se mostraron hostiles al
proletariado revolucionario: desde la UGT hasta los comités superiores
de la CNT.
Los
comités superiores llegaron a jugar con dos barajas, permitiendo la
formación de un Comité Revolucionario de la CNT, al mismo tiempo que se
formaba una delegación para negociar en el Palacio de la Generalidad.
Pero muy pronto abandonaron la carta insurreccional por los ases del
alto al fuego, que aseguraban su futuro de burócratas.
UGT
y comités superiores de la CNT, ERC y gobierno de la Generalidad,
estalinistas y nacionalistas, todos juntos, convirtieron la hermosa
victoria militar de la insurrección, al alcance de la mano (Merino,
Rebull), en una horrorosa derrota política. Todos juntos, pero de forma
distinta, para desempeñar eficazmente cada uno su papel. Estalinistas y
republicanos directamente en las barricadas de la contrarrevolución.
Anarcosindicalistas y poumistas en la ambigüedad del quiero y no puedo,
del soy pero dejo de ser; los primeros recomendando el cese de la lucha y
el abandono de las barricadas; los segundos mediante el “audaz” seguidismo de los primeros.
Sólo
dos pequeñas organizaciones, los Amigos de Durruti y la SBLE,
intentaron evitar la derrota y dar a la insurrección unos objetivos
claros. El proletariado revolucionario barcelonés, esencialmente
anarquista, luchó por la revolución, incluso contra sus organizaciones y
contra sus líderes, en un combate que ya había perdido en julio de
1936, en el mismo momento en que dejó en pie el aparato estatal y trocó
la lucha de clases por el colaboracionismo y la unidad antifascista.
Pero
hay batallas perdidas que han de librarse en beneficio de las
generaciones futuras, sin más objetivo que el de dejar constancia de
quién es quién, advertir el lado de la barricada en que se encuentra,
señalar dónde están las fronteras de clase y cuál es el camino a seguir y
los errores a evitar.
El lector que quiera ampliar su conocimiento sobre los Hechos de Mayo de 1937 puede hacerlo en el libro Insurrección, editado por Ediciones Descontrol.
De especial interés también son los materiales editados en su día por la revista REAPROPIACIÓN sobre los hechos de Mayo del 37.